martes, 12 de febrero de 2013


 





ROMA.-Joseph Ratzinger renuncia. Su pontificado se estrella contra la barrera de la edad, de la debilidad física, de la incapacidad de continuar gobernando una comunidad de 1200 millones de fieles. La noticia fue "un rayo con cielo despejado", exclamó el cardenal Sodano, decano del colegio cardenalicio, tras el anuncio de la dimisión, pronunciado por el pontífice al término de un consistorio en el Vaticano. Pero fue un rayo planificado. Benedicto XVI ya había informado a su fiel secretario Gaenswein, al secretario de Estado Bertone y al propio Sodano. El Papa ha planeado todo al detalle.
Su "desaparición" del trono de Pedro tendrá lugar a las 20 -horario de los noticieros- del 28 de febrero: se retirará a la residencia de Castel Gandolfo, mientras en el Vaticano se pone en marcha el mecanismo de "sede vacante", que hasta ahora, en los tiempos modernos, sólo ha ocurrido cuando muere el pontífice. Desde el 1° de marzo, el cardenal Sodano procederá a convocar al cónclave. Para Pascua, el nuevo sucesor de Pedro impartirá su bendición al mundo.
La renuncia de Benedicto XVI no es un abandono por cansancio, la fuga de un boxeador que se baja del ring. Es un gesto lúcido, racional, previsor, a su modo revolucionario para la historia de la Iglesia. Signa el fin de la tradición del papado de por vida, y se convierte en un ejemplo y en una sugerencia para los papas futuros: la advertencia de que en la era contemporánea, un papa exhausto psicofísicamente no debe seguir siendo un símbolo, mientras son otros los que gobiernan en la sombra.
Celestino V y otros papas y antipapas que en la Edad Media se vieron obligados a dejar el solio supremo no tienen nada que ver con esto. En esos casos se trataba de luchas de poder y de conflictos políticos y eclesiásticos. En este caso, por el contrario, el intelectual Joseph Ratzinger -desencantado con los mecanismos del gobierno humano- toma conciencia de la necesidad de escoger a otra personalidad que se ponga al timón de la Iglesia Católica. Al hacerlo, completa el proceso de rejuvenecimiento de las estructuras eclesiásticas iniciado por Pablo VI, quien determinó que los obispos deben renunciar a los 75 años y que a partir de los 80 años los cardenales ya no pueden formar parte del cónclave. Ahora Ratzinger señala que también existe un límite para el pontificado. Ésta es su única y gran reforma. La historia arranca de cero.
También porque sirve para desmitificar al papa individuo, que no es una estrella de rock (como les dijo a los jóvenes en Australia), ni un protegido del Espíritu Santo en cada una de las decisiones que toma desde su despacho.

RESPONSABILIDAD

El suyo es un acto de coraje: frente al mundo, con la solemnidad del latín, ha reconocido su "incapacidad para administrar bien" la misión de Pedro, el gobierno de la Iglesia. Y ha llegado a las conclusiones que con toda honestidad le había prenunciado hace dos años a su biógrafo alemán, Peter Seewald. Si un papa ya no está en condiciones "físicas, psíquicas y mentales" de ejercer su mandato, es justo e incluso "responsable" que dimita.
No se trata sólo de problemas cardíacos y de artritis, de dificultades para viajar y caminar, que lo obligan a recurrir a la plataforma móvil de Juan Pablo II. La crisis de los "VatiLeaks" -el espectáculo de la lucha intestina entre cardenales, la descomposición de la Curia, el creciente malestar contra Bertone y el papelón de la Santa Sede con el Instituto para las Obras de Religión, ¡a 8 meses del despido de Gotti Tedeschi todavía no tiene nuevo presidente!- le han asestado el golpe final a un pontificado signado por la crisis continua, acelerando la decisión papal.
Ratzinger, que nunca quiso ser papa, que ha definido la elección papal como una "guillotina" y al principio de su pontificado imploraba a Dios que lo "ayudara", ha comprendido sobriamente que ya no era capaz, literalmente, de permanecer al timón de la Iglesia.
Ha demostrado ser más realista y valiente que tantos de sus colaboradores, que siempre han dado la impresión de no comprender al Pontífice o de insistir en su falta de capacidad para gobernar. Con mejor juicio que todos ellos, Benedicto XVI decretó por sí solo el final del juego.
Bien sabía que existen graves problemas internos que la Iglesia debe afrontar (la crisis sacerdotal, el rol de la mujer, la aproximación al mundo moderno, la reforma de la Curia y del poder del papa, el tema de la sexualidad), y que él tendía a postergar hasta la llegada de su sucesor.
También está la pérdida de prestigio geopolítico de la Santa Sede, que debe ser revertida, y la caída de credibilidad de la propia Iglesia como institución, tras el escándalo de los "VatiLeaks" y de los abusos sexuales. Según un relevamiento de Eurispes realizado este año, la aprobación de la Iglesia en Italia se ha desplomado a un 36 por ciento.
Ayer, el palacio pontificio parecía un hormiguero enloquecido. Shock generalizado. Sorpresa total. Muy pocos habían creído las palabras pronunciadas por el propio Ratzinger un tiempo atrás. Pocos habían entendido que en las palabras del cardenal Romeo pronunciadas en China, que dejaban traslucir que quedaba más o menos un año de pontificado (publicadas por Il Fatto Quotidiano hace exactamente un año y luego tergiversadas por plumas anónimas para que pareciesen una amenaza a la vida del Pontífice), ya se perfilaba un agotamiento de la dinámica del reinado de Ratzinger.

LLEGÓ LA HORA

El momento elegido para dimitir es una señal clara: se acerca la Cuaresma, tiempo de reflexión. Y para predicar los ejercicios espirituales, el Papa ha llamado al cardenal Ravasi, ministro vaticano de cultura, como para indicar que el nuevo papado deberá considerar a los cristianos una "minoría activa" abocada a enfrentar a la cultura contemporánea, a la ciencia, a los ateos, y a ser "buscadores de la verdad" a partir de su propia diversidad.
A partir del 1° de marzo, la Iglesia Católica tendrá dos papas: uno reinante y otro emérito. Nunca antes había ocurrido.
Hace 15 años, el papa Karol Wojtyla le planteó la misma pregunta a una comisión secreta. Le respondieron que el mundo católico "no estaba preparado para una eventualidad semejante". Ratzinger decidió que esa hora ha llegado.
© Il Fatto Quotidiano
UNA RESPUESTA PREMONITORIA
El año pasado, en una entrevista con el diario español La Vanguardia, a Marco Politi, autor del libro Joseph Ratzinger, crisis de un papado, le preguntaron si creía que el Papa iba a renunciar.El reconocido vaticanólogo italiano respondió: "Benedicto XVI es el primer papa que ha puesto negro sobre blanco la necesidad, no sólo la justificación, de dimisión en caso de desgaste. Yo no excluyo que él sea capaz de hacer un gesto tan racional, también porque él mismo ha dicho que no tiene un temperamento místico".

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